Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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100115
Legislatura: 1886
Sesión: 20 de noviembre de 1886
Cámara: Senado
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Marqués de Molina y al Sr. Rojo Arias.
Número y páginas del Diario de Sesiones: 57, 1112-1115.
Tema: Conducta política del Gobierno durante el interregno parlamentario.

El Sr. Presidente del Consejo de Ministros (Sagasta): Una indicación grave ha hecho el Sr. Marqués de Molina en su elocuente discurso, en medio de las otras igualmente importantes que lo constituyen. Realmente para contestar a esta indicación grave, es para lo que me levanto en este momento a molestar a los Sres. Senadores; pero comprendo que no les parecería bien, por menos que no le parecería bien al Sr. Rojo Arias que, ya que me levanto a hacerme cargo de algunas declaraciones del Sr. Marqués de Molina, pasaran para mí desapercibidas todas las suyas, y por lo mismo haré también varias observaciones a su discurso. [1112]

Toda la manía del Sr. Rojo Arias consiste en afirmar que el partido liberal no ha hecho nada, y además, en que teme que no va a hacer mucho más, en que no presentará las reformas a que está comprometido. Pero Sr. Rojo Arias, ¿qué culpa tiene el partido liberal de que no haya habido términos hábiles para presentarlas y para que esas reformas sean ya un hecho? En el tiempo mientras han funcionado las Cortes ¿ha sido posible la discusión de esas reformas, dadas las costumbres parlamentarias que tenemos en España, que no censuro en este momento, pero que recuerdo porque existen? ¿Tiene la culpa el Gobierno de que en debates políticos más o menos interesantes, consumamos la mayor parte del tiempo que debíamos emplear en cosas prácticas y en la discusión de proyectos de ley útiles al país? ¿Tiene la culpa el Gobierno de que el Sr. Rojo Arias invierta, como lo hizo ayer, dos horas en establecer teorías tan peregrinas como la de que los sucesos del 19 de septiembre se deben (a que hubieran creído los Sres. Senadores que se debían antes de oír al Sr. Rojo Arias?) a que el partido liberal no ha presentado todavía las reformas anunciadas?

Con lo cual, el Sr. Rojo Arias, viene como a presentar, hasta cierto punto, una disculpa a aquellos sucesos, fundada en errores de parte del Gobierno del partido liberal, que no cumple con sus deberes; y da una especie de justificación a la conducta criminal de los insurrectos; por lo que, además, sin proclamar manifiestamente el derecho de insurrección, lo viene a establecer y a sancionar, porque si la última rebelión se ha realizado, porque este partido no ha hecho las reformas, mañana, cuando venga otro partido al poder que no presente inmediatamente esas mismas reformas, habrá también derecho de insurreccionarse, y así andaremos de insurrección en insurrección hasta el fin de los siglos. (Aprobación).

¿Qué pretendía el Sr. Rojo Arias? ¿Qué lleváramos las reformas del partido liberal hasta el federalismo para impedir la insurrección? Porque la última se ha hecho al grito de viva la República federal. ¿Qué tienen que ver con esto las reformas del partido liberal?

Otra idea peregrina del Sr. Rojo Arias. Que la crisis se ha resuelto mal, porque debieron quedarse en el Ministerio, o los partidarios de la pena de muerte por el delito de insurrección militar, o los que no son partidarios de esa pena de muerte por los delitos que establece la ordenanza militar.

Pues, Sr. Rojo Arias, si no hay en el partido liberal personas bastantes para constituir un Ministerio en el que sean todas partidarias de la abolición de la pena de muerte para castigar insurrecciones militares o los delitos que la ordenanza militar define, ¿qué había yo de hacer? ¿Es que las hay entre las que componen ese grupo de la izquierda, que crean que debe abolirse la pena de muerte por delitos cometidos contra la ordenanza militar? que lo digan, porque aquí en el partido liberal no hay ninguna. (Aprobación).

Si el partido liberal, por circunstancias especiales, ha sido ahora generoso, eso no quiere decir que el partido liberal sea partidario de la abolición de la pena de muerte por el delito de insurrección militar. No. Lo que esto quiere decir, es que el partido liberal está obligado en adelante a ser más severo que ningún otro.

Después de esto, señores, ¿qué voy a decir yo del discurso del Sr. Rojo Arias, en el cual empleó una larguísima parte en hacerse eco del rumor o de la política de café, disertando sobre lo que dicen que pasa entre nuestros amigos, sobre si aquel se va, o aquel viene, o aquel se queda? Esto no está a la altura del Senado, ni a la altura de S.S.; y si yo fuera a repetir también aquí lo que se dice de los individuos de la izquierda, quedaría demostrado tan claro como la luz del día, que el grupo de la izquierda se compone de pocos y de muy mal avenidos. (Risas). Pero yo no quiero ocuparme en esas cosas, que no son dignas, en mi opinión, del Senado, como no quiero ocuparme tampoco en la parte de su discurso en que su señoría se dedicó a andar por el campo del partido liberal a caza de disidentes, porque, al fin y al cabo, como entiendo que a S.S. no le da el naipe por la caza, sospecho que todo lo que en ese campo pueda cazar será algún mochuelo (Grandes risas), si es que por acaso queda todavía, que no lo creo, algún mochuelo que cazar en el campo del partido liberal. Además, ¡buen porvenir les esperaría a los disidentes si hicieran caso de la indicación de S.S.!

Se ha obstinado el Sr. Rojo Arias en hablar de la benevolencia del partido conservador. ¿Qué entiende S.S. por esto? ¿Que el partido conservador no ataca sistemáticamente y de todos modos, bajo todas las formas y por todo lo que haga, al partido liberal? Pues eso no es benevolencia, ése es un deber que tiene el partido conservador para con el partido liberal, como lo tiene también el partido liberal para con el partido conservador. ¿O es que le parece mejor a S.S. quebrantar de todos modos y por todos los medios a los partidos reconocidos en España, que hasta ahora han gobernado el país y que han de seguir gobernándolo? ¿Es que prefiere hacer disidencias por cualquier cosa y luego enconar, cercenar y dividir a los partidos, debilitarlos y enflaquecerlos, sin considerar que lo que se logra con eso es debilitar las columnas del sistema constitucional que nos rige? ¡No necesitan más entonces los enemigos enconados de nuestras instituciones! Lo que hace el partido conservador con esa conducta, es tener patriotismo, y ¡ojalá lo tuvieran las demás agrupaciones y en lugar de debilitar la familia monárquica con oposiciones insensatas, procuraran darle fuerza contra esa otra familia, que no piensa más que en destruir la nuestra para destruir así las instituciones que nos rigen! (Bien, muy bien).

Y voy a hacer cargo de la indicación que ha expuesto el Sr. Marqués de Molina, aunque hecho con esa galantería y con esa consideración que deben tenerse los partidos monárquicos, porque las circunstancias que atraviesa España, y aún puedo decir, señores Senadores, las circunstancias porque atraviesa el mundo, el mundo, sin excepción de país alguno, exigen que los partidos de orden y los partidos monárquicos se ayuden mutuamente, sin perjuicio de sustentar sus ideales y de discutir aquellos principios y aquellos procedimientos que los puedan separar.

Yo agradezco, pues, la galantería con que ha hablado el Sr. Marqués de Molina; pero no puedo menos, como he dicho, de hacerme cargo de una indicación grave que ha consignado S.S. en esta tarde, y respecto de la cual he de dar todas las explicaciones indispensables, que creo han de satisfacer a S.S. y al Senado.

Señores Senadores; no por culpa del Gobierno, no por indicación ninguna del Gobierno se siguió un [1113] procedimiento para el castigo de los culpables, que no estaba en manos del Gobierno escoger, porque esto era de la exclusiva competencia de los tribunales militares, y el Gobierno no tenía medios de intervenir directa ni indirectamente en su libérrima acción, como no los tiene para intervenir tampoco en la libérrima acción de ningún tribunal de justicia. La jurisdicción militar adoptó aquel procedimiento que, en su juicio, era procedente según la ley, y el Gobierno nada tuvo que hacer en esto. Pero todavía si la jurisdicción militar hubiera dudado acerca del procedimiento que debiera seguirse para el castigo de los culpables, y en consulta o por cualquier otro medio hubiese tenido que intervenir el Gobierno, aun en ese caso, y suponiendo que el Gobierno mismo hubiera dudado también sobre el procedimiento, claro está, Sres. Senadores, que habría aconsejado aquel procedimiento que diera más garantías a los reos, porque esto es lo justo, lo noble y lo legal.

Pero si el tribunal militar no tuvo duda ninguna respecto del procedimiento que debiera seguirse, ¿qué había de hacer el Gobierno? El Gobierno nada pudo hacer; y dado el procedimiento que se adoptó, independientemente del Gobierno, con absoluta independencia del Gobierno, no fue posible marchar más de prisa en la sustanciación de las causas, ni lograr que las primeras de aquéllas estuvieran terminadas antes de veinte días, a partir de aquél en que tuvo efecto la comisión del delito.

¡Veinte días mortales, Sres. Senadores; veinte días de angustia; veinte días durante los cuales se verificó una completa transformación en la opinión pública; veinte días al cabo de los que todo el mundo había acudido a las gradas del Trono en demanda de clemencia! Todo el episcopado español, las corporaciones populares, los Ayuntamientos, las Diputaciones provinciales, las Sociedades científicas, literarias, artísticas, industriales, comerciales; todas las asociaciones y toadas las colectividades que representan la vida entera, moral, material y política del país habían acudido a S. M. la Reina implorando perdón. Es verdad (y lo recuerdo porque ahora veo una indicación de mi distinguido amigo particular el señor general Quesada), es verdad que en esto huno una excepción: la excepción de la colectividad llamada partido conservador; pero hasta esta excepción, Sres. Senadores, es una excepción extraña, singularísima; porque si es verdad que los conservadores no pidieron el perdón como colectividad o partido, lo demandaron como socios del Ateneo y como individuos de otras corporaciones, de otras colectividades y de otras Sociedades. (Muy bien, muy bien). De manera que aun esta excepción no podía tenerse en cuenta para el juicio de este asunto. Pues bien, señores, a pesar de esto, en el momento en que el Gobierno recibió la sentencia del tribunal (creo que eran las diez y media de la noche), se reunió en Consejo de Ministros, y después de larga discusión sobre tan triste asunto, y después de exponer cada Ministro su opinión, al cabo de cuatro horas de mortal debate, se acordó por unanimidad el acuse del recibo de la sentencia, fórmula triste que se emplea para decir que la sentencia sea cumplida. Pero como faltaba a la sazón uno de los Ministros, el de la Gobernación, que estaba enfermo, y como el asunto era tan grave, yo fui encargado por mis compañeros de ver a ese Ministro en las primeras horas de la mañana para enterarle del acuerdo de todos los demás y recoger su voto, para enseguida ir a dar cuenta a Su Majestad la Reina.

Así lo hice, y al tener la honra de exponer a Su Majestad que el Consejo había acordado por unanimidad que la sentencia se ejecutara en todas sus partes, y que los seis reos condenados a muerte estaban ya en capilla desde las primeras horas de la mañana, S. M. la Reina, toda conmovida, se dignó contestarme: ?Señor Presidente; yo estoy dispuesta a seguir los consejos de mi Gobierno, mientras el Gobierno conserve mi confianza y no le falte la de las Cortes; pero, yo ruego a Vd. que vuelva a reunir a sus compañeros, que se ocupen otra vez detenidamente en este triste y doloroso asunto, y que vean, estudien y procuren, si existen medios en lo humano, si hay términos hábiles de conciliar los sentimientos de la clemencia con los deberes que impone la defensa de los sagrados intereses que les están encomendados.? ¡Expresión hermosísima de los sentimientos sublimes de Doña María Cristina, que no hay palabras bastante grandiosas para enaltecer, y que nunca ha de olvidar el pueblo español!

En cumplimiento de los deseos de S. M. convoqué a mis compañeros a Consejo; pero mientras todo esto ocurría y desde la terminación del Consejo anterior a las tres de la madrugada, yo no sé si por error, si por equivocación, si por intriga, si por deliberada intención, si por buen deseo, no sé por qué, no sé para qué, no sé por quién, se extendió por Madrid la noticia de que los reos sentenciados a muerte habían sido indultados.

Bajo la impresión de esta noticia, y de la sensación que produjo en el pueblo de Madrid, se reunió el Consejo de Ministros. Después de revisar otra vez todas y cada una de las seis causas de los sentenciados a muerte, y después de hacerse cargo de las circunstancias del instante y con el deseo en todos, absolutamente en todos, de no impedir y de no resistir a los nobles impulsos de S. M.; pero al mismo tiempo con el propósito en todos de que no quedaran desarmados los rigores de la ordenanza; después de cuatro horas de incertidumbre y de suprema angustia, el Consejo de Ministros apareció dividido precisamente por mitad; cuatro Ministros de un lado, y cuatro Ministros de otro. ¿Qué había de hacer su Presidente, Sres. Senadores, en aquellos tristes momentos, dadas aquellas circunstancias y sabiendo cuáles eran los nobles deseos de S. M.? ¿Qué había de hacer, ni qué hubiera hecho cualquiera en su lugar? (Bien, bien). El acuerdo del indulto, Sres. Senadores, fue adoptado por mayoría de votos, y en el acto fui a Palacio, acompañado del entonces Ministro de la Guerra, para tener la honra de decir a S. M.: ?Señora, los nobles sentimientos de V. M. están satisfechos; V. M. puede ejercer la más alta y más preciosa de sus prerrogativas; la prerrogativa del perdón, y la puede ejercer con el refrendo de todo su Gobierno responsable.? (Aprobación).

Había provocado un conflicto la cuestión, y el Consejo de Ministros se había dividido; pero decidimos que todo quedase en suspenso hasta que la Regia prerrogativa, con el referendo de todo el Gobierno, fuera cumplida. En el acto en que esto se hizo, se reunió otra vez el Consejo de Ministros, y el digno Ministro de la Guerra, Sr. Jovellar, y el no menos dignísimo de Marina, Sr. Beránger, expusieron al Consejo la cuestión así: ?hemos cumplido con nuestro deber [1114] contribuyendo a cubrir, como era nuestra obligación, la responsabilidad del ejercicio de la Regia prerrogativa, pero nosotros somos más directa e inmediatamente representantes del ejército español que los demás compañeros; nosotros somos más inmediatamente y más directamente guardadores de los preceptos de la ordenanza, y nuestro deber como satisfacción al ejército y como desagravio a la ordenanza militar misma, es abandonar el Ministerio después de haber cumplido como Ministros de la Corona.? Ante estos nobles y naturales impulsos, a los cuales me referí hace dos días al relatar los motivos de la crisis, yo no podía resistir; pero, sin embargo, procuré que aquellos dignísimos Ministros, que me han prestado tan valioso concurso cada uno en su departamento, no salieran solos. Necesitábamos también todos los demás dar una satisfacción al ejército y establecer algo que fuese como un desagravio para la ordenanza militar, y se acordó por esto que los acompañaran otros dos Ministros civiles. Aquí está explicada toda la cuestión de la crisis y el enredo que el Sr. Rojo Arias vio en mis explicaciones.

Impulsos nobilísimos movieron a los Sres. Ministros de la Guerra y de Marina en uno y en otro acto; impulsos nobilísimos nos movieron a los demás para no dejarlos salir solos; y aquí tiene el Sr. Rojo Arias la explicación de todo. Si S.S. no la entiende, lo siento por S.S.

Por lo demás, Sr. Marqués de Molina, y contesto a la indicación de S.S., yo bien sé que la clemencia de los Reyes no tiene nada que ver con los deberes y las responsabilidades de los Gobiernos; yo bien sé que la clemencia de los Reyes es independiente de estas responsabilidades y de estos deberes; pero también sé, Sr. Marqués de Molina, que a los veinte días de cometido el delito, y ante una demanda tan general, y puedo decir tan unánime, de perdón, y ante todas las clases de la sociedad acudiendo a las gradas del Trono pidiendo gracia, y cuando pasa un día y otro día repitiéndose constantemente a Su Majestad: ?De ti depende la vida de esos desgraciados; tú eres como Dios, que puedes devolver la vida a los que pro la ley la tienen perdida?; y se le dice esto un día y otro día, a una hora y a otra hora, y por todas las clases y corporaciones, y por todo el episcopado español, y aún diré que por todo el pueblo, porque no hubo una sola voz que se opusiera, ¡ah! entonces es muy difícil que la negativa del perdón se atribuya solamente a los Ministros que la dan, aunque la sustenten contra la voluntad y a pesar de la Reina. (Aprobación).

Señores Senadores; se me citan ejemplos de otros jefes de Gobierno que han tenido más seriedad; no conozco caso semejante. Y ante la fortaleza de aquellos hombres de Estado, se dice que yo no la he tenido y se llama flaqueza a mi proceder. ¡Flaqueza! No la he sentido nunca cuando en trances más difíciles he sabido dar con ánimo sereno grandes ejemplos de serenidad. ¡Flaqueza! No la he sentido ahora ni pienso sentirla en adelante, su por acaso desgraciadamente fuera necesario el mayor rigor; pero si ni ahora, ni antes, ni nunca sentirá mi corazón flaqueza mientras la responsabilidad de mis actos como Gobierno caiga única y exclusivamente sobre mí, cuando por circunstancias especiales, cuando por error o extravío de la opinión, cuando por ignorancia, cuando por cualquier motivo esa responsabilidad pueda ir de rechazo sobre lo que es y debe ser para todos nosotros irresponsable, ¡ah! entonces no será flaqueza lo que sienta mi corazón; entonces lo que sentirá es lo que la lealtad y el patriotismo me aconsejan que deje a salvo por completo, aquellos que ante todo y sobre todo estoy obligado a guardar y defender. (Muy bien, muy bien. ?Muestras generales de aprobación). [1115]



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